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Por Javier Carlo

Foto de: Alberto Uc.

 

Fecha de publicación: 28 de abril de 2012

Igual de importante que el tema de los treintañeros es el tema de sus hijos, pues no se trata de niños cualesquiera, son tweens. Niños sobre expuestos a la información; niños que no sólo resienten la crisis de sus padres, sino también la suya, al querer crecer de prisa.

El siguiente es un texto que cuando se publicó –hace casi un año– causó revuelo, particularmente en los papás (más que en las mamás), ya que muchos siguen desconociendo estos rasgos generacionales que en ocasiones los unen y otras los separan de sus propios hijos. Casi de inmediato recibí correos electrónicos y llamadas telefónicas solicitando consejos para mejorar sus relaciones, sin embargo, oh sorpresa, yo no soy papá, sólo expongo el tema en función de mi cercanía con muchos tweens que son mis parientes o bien, hijos de mis amigos, y con eso me basta. Aun así, el tema me sigue apasionando.

Fuente de información para tesis y mesas de discusión, en vísperas del día del niño les comparto: Watch out! Usted tiene un tween.

***

Hay quienes afirman que los niños ya no son como antes, y en efecto ya no lo son. Los niños de ahora son muy distintos a los que fuimos nosotros o nuestros padres, no sólo por el contexto y las características de las generaciones que nos han sucedido, sino también por la velocidad con la que hemos estado viviendo las últimas décadas. Muchos de los vicios del mundo global se dejan sentir –justo– en la niñez del siglo XXI.

Los niños nacidos al umbral del milenio y a la fecha, mejor conocidos como tweens [1] (término derivado de la preposición inglesa ‘between’), son niños que se ubican entre la infancia temprana y la adolescencia, esto es, de los 9 a los 12 años, aunque hay quienes los sitúan desde los 6; período en el que experimentan la mayor cantidad de cambios a niveles psicológico, emocional y social en su desarrollo, desde de la concepción. Niños cuyos cuerpos aún son pequeños, pero sus aspiraciones empiezan a ser las de un adolescente y en consecuencia, rechazan todo aquello que les parezca demasiado infantil: muy grandes para los juegos sosos, muy chicos para ligar.

Los tweens son niños altamente tecnologizados, que tienen acceso a mucha información, cuyas aspiraciones se encuentran guiadas por estereotipos comerciales; niños que han crecido, no a la sombra de la aprobación de sus padres, sino condicionando su amor hacia los mismos e influyendo en sus decisiones de forma constante. Descripción que de entrada, podría parecer abrumadora.

Sin embargo, para comprender el perfil de un tween, primero es necesario comprender el perfil de sus papás, la mayoría de ellos jóvenes adultos pertenecientes a la generación X o a la generación Y [2], quienes han padecido, por una parte, el modelo de éxito laboral y profesional de sus progenitores –el cual se sienten obligados a replicar–, por otra, una serie de cambios en las estructuras familiares, sociales y culturales, tales como la adopción de nuevos patrones de comportamiento, esquemas de trabajo y por supuesto, tecnología; entre muchos otros.

Son personas que pese a haber vivido con buenos márgenes de libertad y seguridad, resintieron la ausencia de sus padres (pues son hijos de la primera generación donde ambos miembros trabajaban) y –paradójicamente– no empezaron a prosperar sino hasta que estos dejaron libres sus puestos laborales, o bien, decidieron emprender nuevos modelos de empresa; he ahí la importancia que le dan a las relaciones humanas, a la comunicación y al tiempo que pasan con sus hijos, aspectos que de no satisfacer, tratan de subsanar con el cumplimiento de caprichos.

Muchos son divorciados o padres solteros, y sienten aflicción no sólo por el hecho de replantear su propio proyecto de vida, sino de empatarlo con una dinámica de familia que sea aceptable y con la procuración del bien a sus hijos, sea lo que esto signifique en la actualidad.

Los tweens, a diferencia de sus papás, nacieron en una era donde la interconexión a escala global, el uso de dispositivos móviles y el acceso ‘ilimitado’ a la información ya era algo común y corriente; tanto como la transformación de varias de las instituciones y los paradigmas más férreos del siglo XX, entre ellos la iglesia, la escuela, el rol de la mujer en la sociedad, el reconocimiento y los derechos de la diversidad sexual, o en contraparte, una concepción errónea de los valores y su nivel de permisibilidad. Contexto que no pocas veces los hace sentir en igualdad de circunstancias frente a sus mayores, es decir, sus padres, abuelos y profesores, a quienes llegan a tachar de ‘anticuados’.

En tanto que son hábiles para conseguir información, menosprecian el valor de la experiencia, el contacto con el mundo real y cada vez más frecuente, la interacción a nivel presencial; situación que, al calce, es solapada por sus propios progenitores, quienes evitan exponerlos a cualquier factor de riesgo (sea físico o social).

Es así que un tween prefiere conocer el mundo a través de Internet, de la televisión y de las historias compartidas por sus redes sociales; en consecuencia, se encuentra saturado de supuestos, mas no de vivencias, y es este exceso el que hace que un chico se maraville con todas las posibilidades de Google, que conciba una máquina de escribir como un teclado con impresora y considere –incluso– el divorcio como una condición deseable, o en uno de los peores escenarios, que se vuelva sedentario y acumule sobrepeso, siendo esta la generación de niños más obesos de toda la historia. 

Tal como ocurre con los jóvenes adultos, los tweens se encuentran en crisis, pero en vez de querer preservar la juventud, tienen prisa por crecer: por convertirse en adolescentes y adoptar el estilo de vida de sus ídolos, muchos de ellos cantantes, modelos y deportistas que rondan los 20 años, incluso personajes relacionados con actividades poco lícitas; cuya fórmula de éxito proviene de una mezcla de juventud, talento y un buen grado de exposición a los medios, más que del hecho de hacer una carrera universitaria y laboral. El dinero es importante –y vaya que lo es para un tween que no puede vivir sin adoptar modas–, sin embargo, no sería necesario dejar pasar ‘tanto tiempo’ para conseguirlo.

A raíz del manejo de información y las fuentes a las que tiene acceso, un tween piensa que sabe lo suficiente como para guiar las decisiones que toman sus padres en cuanto a su bienestar: los productos que consume, las actividades que realiza, los círculos que frecuenta, en fin; pero también para dejar de ser dependiente en un lapso corto de tiempo. Creencia que en un contexto iberoamericano, con padres apegados a sus hijos más que en cualquier otra cultura, suena plenamente inadmisible.

La separación de un hijo del hogar no es algo para lo que aún esté preparado un papá treintañero, menos si el hogar se encuentra fragmentado de origen (padres solteros) o si lo está como resultado de un divorcio; mucho menos si el progenitor a cargo divide su tiempo –prácticamente– entre su casa y el trabajo.

No es difícil suponer que una persona bajo estas circunstancias sienta remordimientos sobre el tipo de relación que tiene con sus hijos, en la que no hay tiempo, espacio ni condiciones suficientes para resarcir el daño que provoca la ausencia o la competencia por el afecto, sobre todo si se trata de un hijo único; pero tampoco es difícil caer en la cuenta de que un tween, dado su perfil, sea consciente de esta situación e intente sacar ventaja de la misma.

Así, el hogar típico de un preadolescente alberga una relación entre un tween que, al pensar que sabe más que sus papás, les condiciona su afecto y se vale de un cúmulo de información para obtener aquello que quiere –sobre todo si estos se encuentran separados–, es pues, un chantajista; y unos padres inseguros, sobreprotectores, que ceden una y otra vez a los caprichos del hijo con tal de lograr su aceptación (si no es que retenerlo).

¡Cuidado si usted tiene un tween!, no porque su hijo represente una amenaza, sino porque el exceso de angustia por complacerlo, por hacerlo feliz, por resarcir todas aquellas carencias que usted mismo atribuye a una falta de ‘dedicación’ –dada la vorágine global–, podría hacerle perder el control sobre él y reducir la visión de su hijo a un mundo de estereotipos, mermando muchas de sus capacidades.

Conviértase –mejor– en el modelo de su hijo, recupere su jerarquía y enséñele que la vida no se trata sólo de información, tecnología, escuela, trabajo o centros comerciales, sino de todo un collage de experiencias; que no hay fórmulas que garanticen el éxito de una familia o de una relación, y que aunque los padres puedan replantear sus dinámicas una y otra vez, sus hijos siempre serán la parte más importante de su proyecto de vida.

Trabaje primero su autoestima y luego la de sus hijos. Mantenga una comunicación asertiva, cálida y profunda con ellos. Establezca un nivel de disciplina y hágalo valer. Incúlqueles valores. Y no menos importante, controle sus propios miedos y permita que sus hijos vuelvan a tener contacto con el mundo real, es decir, el mundo físico (por increíble que parezca).

Llévelos al parque, que se suban a los aros, a los columpios, a la resbaladilla; enséñelos a patinar, a andar en bicicleta, déjelos que se caigan, que se ensucien y que jueguen con otros niños; vaya con ellos al cine, al teatro, a los museos; cómpreles una mascota –un perro, una gato, una tortuga– y hágalos responsables de su cuidado. En fin, vuelva a vivir con sus hijos todas aquellas cosas que hizo de niño, cuando su héroe era su papá y usted quería ser como él.

¡Quizá hasta se vuelva un poco tween!

 

[1] Término mercadológico empleado en la actualidad, como parte de la segmentación demográfica de niños (rangos de edad): toddlers (0–3), preschoolers (2–5), children (6–8), and tweens (9–12).

[2] Personas que ingresaron a la fuerza laboral a partir de 1985 y hoy día se encuentran en el rango de los 40 años (Robbins; Judge. 2010).

 

_____________________________________

JAVIER CARLO. Maestro en Comunicación por parte de la Universidad Internacional de Andalucía (UIA), España, y Licenciado en Ciencias de la Comunicación egresado del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), México. Actualmente cursa la Maestría en Administración de Tecnologías de Información, en la Universidad Virtual del ITESM.

Su experiencia profesional abarca el desarrollo de programas educativos a nivel superior y la impartición de cátedra; así como el marketing para medios y el desarrollo de proyectos audiovisuales.

A la fecha es profesor del Tecnológico de Monterrey, Campus Santa Fe, y gestor de proyectos de comunicación.

Contacto:
http://cafeycatedra.blogspot.mx/
jcarlomena@gmail.com
facebook: Javier Carlo
twitter: @javocarlo

[*] Fotografía: Alberto Uc.

 

 


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